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La Voz De La Señal 

Una vez Dios lo hizo de cierta manera, siendo que Él no cambia (porque en Él no hay “mudanza ni sombra de variación”), las escrituras nos enseñan que se espera que él actué de la misma manera otra vez.  Mas aun, Él puede hacer una cosa nueva, como lo hizo cuando envió al profeta Noé, cuando llamó a Abraham, cuando envió a Elías, cuando envió a Juan el Bautista, y cuando envió a su único Hijo, Jesucristo. Había mucha gente que sabían las Escrituras para cada edad, conocían las profecías, pero fallaron en ver lo que dios estaba haciendo, porque ellos no tuvieron vista espiritual para reconocer a un hombre enviado de Dios. Como hemos visto, no hay otra manera para reconocer a un hombre enviado de Dios, sino por las obras que hace y lo que las Escrituras testifican de él.

Aún Pablo, que vivió en la tierra en el mismo tiempo que Jesucristo, y sin duda oyó de Jesús cuando Él estuvo aquí, no fue persuadido que Jesucristo era ese profeta de Deuteronomio 18. También, Pablo no reconoció a Juan el Bautista como el precursor de Cristo. Pablo conoció a Jesús y le siguió, como lo hicieron Pedro y Mateo el publicano cuando Él se volvió a ellos y les dijo, “Sígueme.” Pablo tuvo que tener una experiencia personal en el camino a Damasco.

El sumo sacerdote, los escribas y fariseos, no reconocieron al Mesías, aunque ellos estaban buscando diligentemente por Él, porque el sumo sacerdote no creyó la respuesta afirmativa de Dios a su pregunta que si Él era el hijo del Bendito. En lugar de creerle cuando Él dijo, “Yo soy,” ellos blasfemaron y usaron Sus palabras en su contra. Aconteció entonces, que cuando Jesús colgaba en la cruz, Él pudo mirarlos y decir, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Si hubieran creído que Él era el Hijo de dios, no le hubieran crucificado, y el plan completo de salvación no se hubiera cumplido. Aunque hacía obras maravillosas, le veían sólo como hombre, el hijo del carpintero que estaba usurpando autoridad y reclamando ser el Hijo de Dios. Pasaron por alto las obras, y se aferraron a sus tradiciones, en lugar de admitir que lo que ellos estaban enseñando a la gente estaba mal.

Allí estaba una pobre ramera, la mujer de Samaria mencionada en el capítulo 4 del libro de Juan. Juan relata cómo Jesús se sentó en el pozo, esperando por Sus discípulos que habían ido a la ciudad a comprar comida, cuando ella vino a sacar agua. Él le pidió que le diera de beber, y su conversación fue algo así:

“Señor,” ella dijo, “No es lícito que siendo Judío me pidas de beber a mí una Samaritana.”

Él respondió, “Si tú supieras quien es el que habla contigo, tú me pedirías a mí de beber.”

Ella dijo, “Señor, tú ni aún tienes con qué sacar el agua. ¿Eres tú más grande que nuestro padre, Jacob, quien nos dio este pozo?”

“El que bebiere del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás,” dijo Jesús.

Su respuesta fue inmediata, “¡Señor, dame de esa agua!” Mientras Jesús le decía esto, su sed se mostró, una sed y un hambre que otros no tenían, cumpliendo Su Palabra, “Bienaventurados son los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”

Entonces le dijo a ella, “Ve, llama a tu marido.”

Ella estaba avergonzada. “Yo no tengo marido,” respondió tímidamente.

“Bien has dicho,” vino la voz de Dios, discerniendo los pensamientos de su corazón, “¡porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido!”

Ahora, note Ud. la revelación que vino a su corazón cuando, sabía apenas muy poco acerca de las escrituras, dijo, “Señor, yo se que los profetas dicen que cuando el Mesías venga, él nos dirá todas estas cosas. Tú dices que aunque nosotros adoramos aquí, el día vendrá cuando ya no lo haremos. ¡Señor, veo que tú eres un profeta!” En eso, corrió a la ciudad, exclamando, “¡Venid y ved a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho! ¿No será éste el Mesías?” Ella había recibido más revelación (reclamando nada) que la gente más religiosa de su día. Jesús dijo de ellos que por causa de que reclamaban tener luz, estaban ciegos.

¿Cuántas veces Jesús discernió los pensamientos de la gente? ¿Cuántas veces Él percibió sus preguntas y les contestó antes que le preguntaran? ¿No era éste un atributo de Emmanuel, Dios con nosotros, Jehová el Salvador en carne? ¿No era esa una señal de que Jesucristo el Salvador del mundo estaba en sus medios? Aun así ellos rehusaron aceptarlo. Él les dijo, “Si no creéis lo que Yo digo, creed las obras que Yo hago.” Así es hoy, porque Él es, “Jesucristo el mismo ayer, hoy, y por los siglos.”

A mí se me han enseñado todas esas cosas en la escuela Dominical casi toda mi vida, pero la primera vez que yo vi tal atributo de Dios manifestado, fue en una reunión en Enero de 1950, en el Coliseo de Sam Houston en Houston, Texas. Una joven pasó adelante para que oraran por ella. El Hermano Branham se volvió a ella y dijo, “Antes de orar por Ud., necesita confesar su pecado.” Ella dijo que era una mujer justa, pero él le contestó, “Ud. ha sido infiel a su marido.” Su esposo estaba sentado en la congregación en ese momento. Yo noté un alboroto en esa dirección y miré hacia allá. Su marido venía por el pasillo, hacia la plataforma para parar al Hermano Branham de acusar a su esposa. Era un incidente dramático; los ujieres trataban de detenerlo, pero el Hermano Branham dijo, “Déjenlo.” El hombre corrió hacia la plataforma y cuando estaba como a diez pies del Hermano Branham, fue detenido por estas palabras, “Señor, ¿qué de Ud. y su secretaria pelirroja, sentados en el automóvil en el camino el Viernes pasado?” El Hermano Branham continuó hablando a los dos, “Lo que Uds. Necesitan es arrepentirse, confesarse el uno al otro, y ser hombre y esposa.” Ese incidente fue algo que jamás había visto antes.

Pocos días después, yo leí un libro que contenía la historia de la vida del Hermano Branham. El escritor de este libro, también su representante en ese tiempo, dijo cómo uno de sus trabajos era de ver que el lugar de descanso del Hermano Branham se guardara en secreto cuando él viniera a la ciudad a una reunión. Esto era por causa de las multitudes que lo apresuraban y molestaban en las reuniones; el descanso era necesario. Así que hizo grandes esfuerzos para mantener el hotel del Hermano Branham en secreto, sólo él y algún local, alguien como el pastor responsable en la ciudad lo sabían. El incidente que él relató concerniente al tiempo cuando pasó por la rutina de obtener un cuarto para el Hermano Branham y había informado al pastor local, que el Hermano Branham le llamaría al llegar a la ciudad para inquirir sobre el cuarto. El representante y el pastor esperaron esa noche, pero el Hermano Branham no llamó, y ellos se estaban preocupando. Finalmente, ya muy de noche, el representante decidió ir al hotel y tomar un descanso él mismo. Cuando se aproximo al escritorio por su llave, el encargado dijo, “El Reverendo Branham llegó temprano este medio día.” ¡Él se sorprendió! El Hermano Branham había estado en su habitación por horas. Ellos corrieron a su cuarto, preguntándole cómo había sabido donde estaba su cuarto. “Oh, yo tengo cierta manera para saber estas cosas,” contestó simplemente. Cuando yo leí esa anécdota en el libro de registro, la cotejé con lo que yo había visto en Houston, algo comenzó a tomar lugar en mi mente, una comprensión de que aquí estaba un hombre más allá de lo ordinario. Pero había más por venir antes que tomara una completa revelación en mi corazón.

Fue en la escuela Bíblica en 1952 que un evento ocurrió el cual agrandó más mi revelación. El hijo del Hermano Branham, Billy Paul, y yo íbamos a esta escuela y nos hicimos amigos íntimos. Había una afinidad entre nosotros, porque los dos concordamos en el bautismo en el nombre del señor Jesucristo. Una tarde el diácono tuvo problemas con Billy Paul, y estaba sorprendido cuando el Hermano Branham le llamó de larga distancia inmediatamente sobre el mismo asunto. Yo estaba allí, afuera de la oficina del diácono, cuando él recibió la llamada poco después que Billy Paul había dejado su oficina. La cara del diácono estaba tan blanca como una sábana cuando salió y me preguntó dónde estaba Billy y si había él usado el teléfono. “No señor, “le dije, “No creo.” “Bien,” dijo, “¡ése era el Reverendo Branham en Indiana en el teléfono y me acaba de hablar acerca de la conversación que tuve con su hijo, Billy!” En mi corazón, yo pensé cuán sorprendente que un hombre de Dios pudiera estar a dos mil millas de lejos, y “oír” la conversación entre el diácono y su hijo. Y también pensé lo agradecido que yo estaba porque mi propio padre no podía hacer eso.

Diez años después vine a Phoenix, Arizona, a una convención. Me habían puesto como Director Junior Internacional, a cargo de las actividades juveniles. Estábamos trabajando con hippies y delincuentes, trayéndolos a los banquetes para ganarlos para Cristo. Hicimos esto y Dios lo bendijo. Era un buen programa. Como resultado de este trabajo, llegué a ser muy amigo de Richard Shakarian, cuyo padre es Presidente de los Hombres de Negocio del Evangelio Completo (HNEC). Una mañana el Hermano Branham iba a ser el orador, siendo yo criado en una iglesia Pentecostal, verdaderamente disfruté sus sermones. Él predicó en contra del pelo corto y vestidos cortos, contra mujeres que vestían con ropa de hombre, y contra todas esas cosas, las cuales se nos habían enseñado en la iglesia Pentecostal de Santidad. Yo estaba complacido con el sermón esa mañana, sabiendo que esto era algo que se necesitaba realmente, cuando noté que la gente con la que yo estaba sentado, especialmente las mujeres, estaban meneando sus cabezas protestando, y codeándose unas a otras hasta que sus codos y costillas estarían quizás doloridas. Entonces, él paró y les dijo a las mujeres, “¡Damas, permítanme decirles algo. Es lo más cerca que Uds. Se allegarán a Dios, hasta que estén listas para pagar un precio más grande!”

Yo pensé cuan correcto era eso, tan verdadero para todos nosotros. Hemos llegado hasta donde vamos a llegar hasta que estuviéramos listos para pagar un precio mayor. Ahora quizás Ud. sólo quiere ir a cierta distancia con Dios; pero si Ud. quiere ir más lejos, entre más libre esté de pecado, de más servicio será Ud. para Dios. Ve usted, es el pecado que lo apartará de servir a Dios.

Después del sermón de esa mañana en la convención (HNEC), y mientras íbamos a comer ese día, yo noté que otros no habían tomado al Hermano Branham seriamente. Habían algunas mujeres prominentes en el grupo, las cuales estaban diciendo a sus maridos, “¡Billy Branham no debería predicar así! Él hizo más daño que bien. Él ahuyentó más gente. Él ofendió a mucha gente.” Mi corazón estaba enfermo, pero entonces un pensamiento cruzó mi mente, quizás estén correctos, quizás él era sólo un anticuado.

Al siguiente día regresé a los servicios. El Hermano Branham predicó otra vez, y durante su sermón habló estas palabras, “¿Uds. Piensan que yo no se lo que estaban diciendo acerca de lo que prediqué ayer? Uds. Estaban diciendo, ‘¡Billy Branham no debiera predicar así! Billy Branham hizo más daño que bien. Él corrió más gente.’” Entonces él inclinó su cabeza, y desde donde yo estaba parado en la audiencia, le escuché orar así, “Dios, si yo soy tu profeta, y lo que les he dicho a esta gente es la verdad, vindícame.” Una poderosa manifestación le siguió. Él comenzó en un lado de esa audiencia y empezó a decirles los secretos de sus corazones; sus nombres, de dónde eran, deletreando sus domicilios, las calles, y así continuó por toda la audiencia. Una sección en el centro era de Suiza y él no podía pronunciar las palabras,, pero vio una visión del poste con el nombre de la calle donde ellos vivían y ¡lo deletreó! Eso los debiera de haber conmovido hasta lo más profundo de sus corazones. Entonces se volvió, se fue y, yo pensé, “Es como Elías, en el Monte Carmelo.”

Ese mediodía en la comida encontré otra vez al mismo grupo y estaban diciendo, “¡Bien, lo hizo otra vez! Él hizo más daño que bien. Porque ellos ni siquiera iban a dejar que él fuera el orador en esas convenciones. Si no hubiera sido por Carl Williams, él no hubiera sido el orador.” Allí fue cuando me di cuenta que el Hermano Carl Williams respaldaba al Hermano Branham en su mensaje.

La siguiente noche, el Doctor Jim Brown, un Presbiteriano, fue el orador y cuando el Hermano Branham entró, el Doctor Brown volteo y dijo, “Yo hubiera preferido que el Hermano Branham hablara esta noche. Me pregunto si el Hermano Branham pudiera venir y decir algunas palabras.” El Hermano Branham hizo algo en seguida que yo nunca le había visto hacer, ni lo vi hacer después, en la plataforma, cuando alguien mas iba a ser el orador, él usó su infalible don de discernimiento. Él se volvió a la dama sentada en el órgano, una de las que había hablado en contra de él, y le dijo, “Hermana, ¿Yo la conozco, verdad?” Ella contestó que sí. “¿Pero yo no conozco a su madre, o sí?”

“No Señor,” dijo ella.

“Si Ud. creyera las palabras que le he estado diciendo mientras he estado aquí, y cree que yo soy el siervo de Dios, cuando Ud. llegue a su casa, su madre ya no tendrá esas cataratas en sus ojos,” él le prometió.

Bueno, quizás eso no ayudó a nadie más, pero para mí fue algo bueno, yo vi a esa dama un mes después y le pregunté por su mamá. Ella dijo, “¡Oh, Hermano Green, cuando llegué a casa esas cataratas ya no estaban en sus ojos!” Había una diferencia en esa dama en esa ocasión. Se había quitado la pintura de su cara, peinado su cabello, y su vestido estaba más largo. Pero, tristemente, dos años después la encontré, y ella había regresado a lo que era antes.

Yo estaba comenzando aprender de todo eso. Cuando regresé a casa en 1962 estaba determinado a pagar un precio mayor, acercarme más a Dios, ir un poco más lejos. Fue en 1963 que decidí que me gustaría auspiciar al Hermano Branham en Beaumont, Texas, para que predicara lo que él sintiera guiado por Dios, y no tener que pedir disculpas a nadie. Él estuvo de acuerdo, y un Domingo en la noche antes que viniera, yo estaba predicando a mi congregación los milagros que había visto en su ministerio, cuando el teléfono sonó en mi oficina. Yo les estaba diciendo de los milagros, viendo la señal, pero aún no escuchando completamente su voz, como muchos hicieron con Jesús. Ellos vieron las señales, y mientras los milagros continuaban todo estaba bien, pero cuando Él comenzó Su mensaje, ellos “ya no le siguieron.” Cuando Él comenzó a decir, “Yo y mi padre uno somos,” ellos no pudieron ir más lejos. Pero yo todavía no había visto esto acerca del mensaje del Hermano Branham cuando les estaba diciendo a mi congregación acerca de esa noche. Alguien contestó el teléfono y me interrumpieron para decirme que era el Hermano Branham que llamaba. En ese tiempo el Hermano Branham vivía en Tucson, y yo estaba allí en Beaumont. Mientras iba a contestarle, le dije a mi congregación, “Puesto que estoy hablando de él, ¿No sería bien que fuera a hablar con él, y después que regrese les diga lo que él dijo?”

Contesté el teléfono, “¡Hola, Hermano Branham!”

“Hola, Hermano Pearry,” contestó él.

“Hermano Branham,” le dije emocionado, “¿Sabe Ud. lo qué estoy haciendo?”

“Sí, lo se,” vino la tranquila respuesta.

Él sabía que yo estaba a la mitad de la predicación acerca de él. Yo no dudé. Yo sabía que él sabía. Eso hizo algo más en mi vida. Yo comprendí entonces que ya no podía enojarme con mi esposa, gritarle a los niños, perder mi temperamento, ser impaciente, o hacer algo en secreto, pues Dios vería eso y Él era capaz de revelarlo a alguien más a mil millas de distancia. Eso me avergonzó. Yo regresé al púlpito esa noche un poco diferente de cuando me fui, y tuve más que decirles, que no conocía antes.

La siguiente semana después de esa experiencia, el Hermano Branham estaba predicando en una reunión en Dallas. Mientras yo estaba allí, un ministro bien conocido por todo el mundo invitó al Hermano Roy Borders y a mí a venir a su oficina y discutir con él la posibilidad de que el Hermano Branham fuera a África, acompañado por este ministro, para conducir algunas escuelas de Liberación. El hombre nos dijo estas palabras, “Uds. Saben, el Hermano Branham es el hombre más fácil de influenciar que yo he visto en mi vida. Desde que he dejado de viajar con él, se ha desviado en su doctrina. Por ejemplo,” él continuó, “¡Ud. toma esta doctrina de la simiente de la serpiente! Sin duda que la extraña vida del ministerio del Hermano Branham atrae a todos éstos. Ud. sabe, gente rara, probablemente algún anciano vestido en cilicio, como ermitaño, que salió de la montaña con una barba larga, quizás alguien así vino y le dijo al Hermano Branham acerca de esa sucia doctrina de la ‘simiente de la serpiente.’ El Hermano Branham, Ud. sabe, se lo tragó, y lo predicó desde su púlpito. Ahora esa cinta ha salido y ha arruinado su ministerio.”

Bueno, yo apenas había escuchado el mensaje Simiente De La Serpiente y pensé que era una maravillosa revelación, así que dije, “Hermano, ¿ha escuchado Ud. la cinta del Hermano Branham, Simiente De La Serpiente?”

“¡No!” dijo él. “¡Yo no tengo tiempo para escuchar tal basura!”

Yo estaba horrorizado. “¡Ud. no debiera decir eso, hermano, hasta que Ud. haya oído lo que el hombre dijo! ¡No haga eso!

El Hermano Borders, quien había estado por allí más tiempo que yo, me tocó la pierna y yo supe que eso significaba que me pusiera en silencio y que no dijera nada más al respecto. Así que seguimos hablando de otras cosas, nos despedimos, y nos fuimos.

Esa noche el Hermano Branham vino a los servicios y este mismo hombre estaba sentado en la plataforma. Después que el coro fue despedido, se quedó sentado allí en la plataforma solo, arriba donde toda la congregación podía verlo. El Hermano Branham entró, lo saludó, y predicó su sermón. Cerca del fin del sermón, él paró, llamó fuera a un espíritu en un lado y dijo, “¡Un momento, algo está mal!” Ahora, había otra persona en el otro lado con la misma enfermedad y le dijo, “¡Estos dos espíritus están gritándose uno al otro!” entonces, con autoridad, él dijo, “¡En el nombre del Señor, los reprendo a los dos!” Entonces, el Hermano Branham dijo, “Ud. sabe, eso es una cosa extraña; después de las miles de veces que algunas gentes me han visto discernir enfermedades y decir, ‘Así dice el Señor,’ y nunca haber estado mal, y luego cuando el Señor me da una doctrina como la de la ‘simiente de la serpiente,’ ellos dicen que la recibí de un hombre viejo como ermitaño.” En eso, se volteó y miró al hombre directo en la cara.

Yo estaba sentado en la audiencia cuando esto sucedió y naturalmente pensé que el Hermano Borders le había dicho al Hermano Branham al respecto. Así que después del servicio, difícilmente pude esperar para preguntar al Hermano Borders que cuando le había dicho al Hermano Branham. Pero cuando le pregunté, el Hermano Borders replicó, “Yo no le dije, tú fuiste.” “¡Yo no lo he visto!” protesté. Fue entonces cuando entendí que quizás el Hermano Branham había “oído” nuestra conversación de esa tarde.

Pero aún, no había una real revelación en mi corazón. Eso estaba por venir un poco más tarde. El 14 de Febrero de 1964, yo estaba encargado de unos planes para que el Hermano Branham estuviera en circuito cerrado en televisión esa noche. Mientras estaba yo parado en la puerta del frente de mi casa, le dije a mi esposa, “Voy a ir al otro lado de la ciudad para encontrar al Hermano Borders y Billy Paul para enseñarles dónde vamos a tener el programa de televisión (banquete) esta noche, y así ellos sabrán cómo traer al Hermano Branham dentro.” Había unos muchachos viviendo con nosotros, y seguí diciéndole a mi esposa, “Diles a los muchachos que en cuanto yo regrese los voy a llevar a que les corten el cabello, porque ellos van a estar sentados en la mesa principal con la familia esta noche, y no quiero que se vean greñudos.” Entonces me fui al otro lado de la ciudad donde encontré al Hermano Borders, y me dijo que Billy Paul se acababa de ir tras su papá, el cual estaba en el bosque orando.

Después de unos minutos el Hermano Branham y Billy Paul regresaron. Nos saludamos el uno al otro, y les dije acerca de ir a ver el lugar. El Hermano Borders y Billy Paul fueron a decirle a sus esposas que se iban a ir. Fue entonces que cuando regresaron, le dije yo al Hermano Branham, “Te veré esta noche.” Comencé a caminar frente a él para seguir a los otros dos, apenas había caminado un par de pasos cuando él dijo, “¡Es mejor que te apures si vas a ir al corte de pelo!”

Yo estaba caminando lo suficiente rápido que di dos pasos más antes de pararme en mis huellas. Me volví para verlo y le dije, “¿Cómo supiste que yo iba a ir a cortarme el cabello?” Él procedió a describir la puerta del frente de mi casa.

“Hermano Branham,” le dije, “¿estuviste en mi casa y hablaste con mi esposa?”

“No,” dijo él, “Hermano Pearry, cuando yo estaba en el bosque hace rato, el Señor me dio una visión de ti parado allí, diciéndole a tu esposa que ibas a ir a llevar a los muchachos a cortar el pelo.”

Cuando el Hermano Branham habló esas palabras, la revelación entró completamente a mi corazón. Toda resistencia fue quebrantada. Yo clamé, “¡Veo que eres un profeta, con el espíritu de Elías: amas el desierto, clamas en contra del espíritu de Jezabel, llamas a los líderes religiosos del mundo hipócritas, y no tienes deseo de dinero di de fama!”

Él levantó su mano como para que yo no dijera nada. “Hermano Pearry,” dijo, 2Hagas lo que hagas, guarda tu balance en las escrituras; ¡pero yo no negaré lo que esa voz dijo en el Río Ohio en 1933!” Continuó, “Hermano Pearry, yo no digo nada al respecto en público. La gente no entiende lo que un profeta es. Pero cuando esa luz vino batiéndose desde el cielo y esa gente sentada en esa rivera la vieron, había allí una voz que habló, así como lo hizo con Pablo en el camino a Damasco. La Voz dijo, ‘Como Juan el Bautista fue enviado a precursar la primera venida del Señor Jesucristo, así tú eres enviado a precursar su segunda venida.’”


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