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Los Últimos Momentos

 

…Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

Juan 11:25

 

Al mirar el cuerpo de nuestro Hermano William Branham en ese cuarto del hospital, no pude evitar el recordar el poderoso, y dinámico espíritu que había clamado en contra de Jezabel y los espíritus denominacionales de la tierra. Este ya no era el profeta de Dios, este pobre cuerpo que había sido torturado y atormentado, ahora ya no tenía ni el cabello de la cabeza, durante la operación, se lo cortaron.

 

Durante el período de su estancia en el hospital, yo había considerado increíble que él no se recobrara; aún cuando supe que él estaba muerto, yo no parecía comprender el hecho. Es por eso que todavía esperaba que él saliera de ese hospital. A petición de Billy Paul, había seleccionado un director fúnebre, pero por causa de esta poderosa creencia de que el profeta todavía viviría les había dado instrucciones de no remover el cuerpo sólo que yo estuviera presente. Iba a estar seguro de que nada aconteciera de lo cual yo no estuviera conciente.

 

En la sala de espera, el Hermano Billy Paul me pidió que diera la noticia a los otros. Mientras lo hacía, Billy se paró mirando pensativamente por la ventana. Luego nos llamó para ver el raro espectáculo de la puesta del sol, la luna, y la estrella del atardecer que estaban muy cerca uno del otro. Estos tres cuerpos celestes estaban tan juntos en el cielo occidental, que yo era capaz de cubrirlos con el dedo pulgar de mi mano en frente de mis ojos. La estrella, la luna, y el sol eran casi de la misma brillantez. Yo nunca había visto la estrella tan brillante. Fue como si rayos de luz emanaron de ella. Él nació bajo una señal, y yo soy un testigo, junto con Billy Paul y muchos otros, de que hubo una señal en los cielos cuando este profeta de Dios partió de esta vida.

 

Nos quedamos allí, un pequeño grupo solemne, cantando Sólo Creed. Billy dijo que su papá lo hubiera querido así. Mientras las palabras se oían suavemente en el cuarto, sólo creed, todas las cosas son posibles. Cada uno tenía sus pensamientos privados y aún así juntos, nos sentimos mucho como los seguidores de Cristo se sentirían, parados al pie de la cruz. Ellos tuvieron visiones de gloria terrenal y creían que estarían rodeando a su Maestro en Su reino sobre la tierra. No había ni una sombra de duda en sus mentes más de que éste, era su Mesías, y estaban confundidos mientras la muerte en la cruz llegaba, y luego vino a ser una realidad. Igualmente, los que nos paramos allí ese día tampoco tuvimos sombra de duda mas de que éste era el profeta de Dios, del que se habla en Malaquías 4, que vendría antes de que Dios “hiriera la tierra con maldición.” Así también nosotros estábamos confundidos por la muerte de este hombre de Dios.

 

Los hermanos pidieron que se les permitiera ver el cuerpo del profeta. Había sesenta de ellos. Pero las reglas del hospital eran estrictas y sólo a siete se les permitió entrar. A petición del Hermano Billy de que yo escogiera siete de entre los sesenta, les di la espalda y nombré siete nombres de memoria. Ellos eran el Hermano Blair, el Hermano Evans, y otros cinco. Mientras los siete se allegaron a la cama del profeta, uno de ellos, el Hermano Earl Martin, habló de la Escritura donde Elías había partido y de los carros de fuego los cuales lo llevaron. Fue una escena conmovedora mientras se tomaron de las manos,, parados alrededor de la cama, y cantaron otra vez Sólo Creed.

 

El director del funeral llelgó; el cuerpo fue cubierto con terciopelo rojo, estaba sobre una camilla, ,luego lo pusieron dentro del elevador y después en una ambulancia. En cada escena de este corto viaje, yo me encontré tan cerca como pude a la cabeza del profeta, esperando que en cualquier momento me susurrara, “¡Hermano Green, sácame de aquí!”

 

El Hermano Billy Paul había prometido que la decisión donde su padre sería sepultado, si en Tucson o en Jeffersonville, dependería de su madre. Él fue fiel a esa promesa. Así que la decisión esperaba que se recuperara suficiente la Hermana Branham de su conmoción cerebral. Cuando ella hizo su decisión, se llevaron el cuerpo a Jeffersonville para sepultarlo.

 

Al principio o estaba pasmado e indeciso cuando informaron que el cuerpo tenía que ser embalsamado para el embarque al cruzar el país, pero recordé las Escrituras cuando Lázaro fue atado con ropas de sepulcro y cómo Jesús fue embalsamado. Conforme a la Palabra de Dios, esto no les había dañado. Resueltamente yo me volví hacia el director del funeral, y firmé los papeles necesarios para llevar a cabo el embalsamamiento.

 

Una secuencia a la sorprendente unión de los huesos del profeta vino mientras el director fúnebre nos informó de la excelente condición del sistema circulatorio del cuerpo. Él me dijo que, como resultado de esto, el líquido estaba llegando a cada porción de su cuerpo. “Él será el hombre más perfectamente preservado con quien jamás hallamos trabajado,” fueron sus palabras.

 

El Hermano Billy Paul me mandó al cuarto del motel, pero antes de irme otra vez tomé la precaución de salvaguardar el cuerpo del profeta. Le pedí al director del funeral que lo pusiera en un cuarto separado y cerrara la puerta por el período en que yo iba a estar ausente. Verdaderamente, no esperaba que el Hermano Branham estuviera allí cuando yo regresara.

 

Le ofrecí al Hermano Billy Paul y a la Hermana Loyce una pastilla para dormir a cada uno, y después de asegurarme que estaban dormidos, los dejé con el Hermano Borders quien también estaba durmiendo en el sofá y comencé a dar la noticia, por teléfono, de la muerte del Hermano Branham. Mientras estaba informándole al Hermano Neville en Jeffersonville, el Hermano Willard Collins y su familia llegaron, habiendo manejado desde Tucson esa noche. Ellos estaban inmensamente afligidos, por supuesto, pero fue un gran consuelo para mí cuando el Hermano Collins dijo, “Hermano Green, quiero que sepas cuánto te aprecio por lo que has hecho por el Hermano Branham.” Continuó él, diciendo, “El Hermano Branham me pidió que comenzara una iglesia en Tucson; yo le fallé, pero tú no. Tenía que haber una en Tucson a fin de que el Hermano Branham tuviera un lugar para que su familia adorara, y así él serviría la Cena del Señor.”

 

El tiempo llegó cuando tendría que partir con el cuerpo del profeta para volar hacia Jeffersonville. Yo estaba inquieto respecto a ir sólo y el Hermano Collins acordó en venir conmigo al aeropuerto. Cuando llegamos a la funeraria, el cuerpo había sido puesto en un pequeño ataúd gris, la tapa estaba cerrada, y el traslado estaba listo. Yo sentí que era importante que hubiera un testigo de que el cuerpo del profeta estaba todavía en ese ataúd. Así es que, pedí que fuera abierto para que el Hermano Collins pudiera verlo. Así se hizo. La escena está indeleblemente grabada en mi mente: el cuerpo del Hermano Branham vestido en una túnica blanca, su cara reluciendo con aceite, como un resplandor brillaba su cara y parecía iluminar el cuarto. Yo sólo podía pensar de la propia descripción del Hermano Branham de aquéllos “más allá de la cortina del tiempo.”

 

Su cuerpo fue puesto a bordo por último al vuelo TWA, después del final abordaje de los pasajeros, y de la carta. Yo obtuve un asiento lo más cerca posible al área donde el cuerpo del profeta quedó en el compartimiento de equipaje. Cuan a menudo había yo orado antes, al entrar a un avión, que el Señor me diera un viaje seguro, que me usara y me regresara salvo a mi familia. Esta vez fue diferente; yo dije, “Señor, si tú quieres llevarte a tu profeta en una bola de fuego, así como lo hiciste con Elías, sería un placer para mí irme con él.”

 

Descendimos en St. Louis, el cuerpo del profeta y yo, por un período de tiempo hasta que el avión apropiado estuviera disponible para continuar el viaje. Jamás dejé sólo el ataúd, aun cuando fue transportado a través del vasto aeropuerto hacia el almacén. Fue en este almacén que iba a tomar una vigilia de seis horas, con mi oído pegado al ataúd. Cada momento, esperaba oír al profeta decir, “Hermano Green, sácame de aquí.” Estaba frío y solitario en ese almacén. Pensamientos corrieron por mi mente, preguntas, más preguntas… “¿ahora qué?”

 

Otra vez la fiel Palabra vino a mi rescate: “Aunque uno se levantara de los muertos, ellos no lo creerían.” Después de todo, ¿qué haría yo si él me hablara? ¿Me hubiera creído alguien si él se levantara? ¿Me creería el Hermano Billy Paul? ¡Creería el Hermano Borders? ¿O me culparían todos ellos si el cuerpo resultara extraviado? En ese momento, le pregunté al Señor si es que se me estaba mostrando que iba a venir con todos los muertos en Cristo. Luego dije, “Señor, no dejes que él se levante aquí sólo conmigo. Espera hasta que haya testigos.” Temí que los hombres no me creerían. Y conforme a la Palabra, no lo harían a menos que ellos estuvieran predestinados para creer.

 

En Jeffersonville, fuimos recibidos por un grupo de dolientes, entre ellos Seor Coot, amigo íntimo del Hermano Branham que fue el director del funeral que Billy Paul había escogido, y también el forense. También estaba presente uno cuya voz suena en las cintas de las grabaciones de reuniones a través del país, enfatizando las palabras del profeta con un fuerte y vibrante “Amén.” Su devoción y amor por este hombre de Dios era sin par entre los seguidores y creyentes de su mensaje. En una ocasión, en una reunión en Shreveport, éste había dicho, “Te amamos profeta.” El Hermano Branham mirando hacia abajo, dijo, “Hermano Ben, yo te amo también.” Así fue que el devoto Hermano Ben Bryant había tomado un avión desde Amarillo sólo para estar allí cuando el profeta arribara a su pueblo natal. Tan respetuoso fue el Hermano Ben del cuerpo de su profeta que, al estar casi a punto de ayudar con el ataúd, se quitó su sombrero y, no viendo un lugar para ponerlo,  simplemente lo tiró en el piso detrás de él. Yo vi esto; estaba entre las muchas cosas grabadas en mi memoria de ese día. Mientras viene a mi memoria ahora, yo recuerdo como el Hermano Branham había dicho del Hermano Ben: “Aquí se sienta mi hermano, lleno de pedazos de granada de la Segunda Guerra, raspando esos nervios descarnados. Yo le amo. Porque él fue. Yo no tuve que ir.” Había una profunda emoción en la voz del profeta mientras dijo esto. La Escritura dice, “Si recibes un profeta en el nombre de un profeta, recibirás recompensa de profeta.”

 

En la funeraria, yo necesité asegurarme una vez más que el ataúd contenía el cuerpo del Hermano Branham, así que le pedí al Señor Coot abrirlo. Mientras él abría el féretro esa misma escena inolvidable estaba otra vez ante mí: el Hermano Branham en una túnica blanca, su cara luminosa, descansando en un humilde y pequeño ataúd. Este pequeño ataúd, usado para trasladar el cuerpo del profeta, fue cambiado después por otro el cual había sido seleccionado por los hermanos y hermanas del Hermano Branham. Posteriormente, el ataúd fue usado, el Señor Coot me dijo, que enterraron a un mendigo en el. Yo creo que ese mendigo está enterrado en un ataúd ungido.

 

Cansado y fatigado, me fui hacia el motel esa noche,, pero no pude dormir. Yo recordé que el Hermano Lee Vayle estaba en la ciudad; quizás él tuviera una respuesta. El Hermano Branham había hablado muy bien del Hermano Vayle y aún había dicho que si Ud. quería saber lo que él creía, que sólo le preguntara al Hermano Vayle. Él se sostiene como un faro para el mensaje del Hermano Branham, esparciendo luz de las Escrituras… Era media noche cuando llegué al cuarto del Hermano Vayle y lo desperté, le imploré que me ayudara a entender.

“Yo estoy igual que tú,” respondió él, “Yo tampoco entiendo.” Él repasó las visiones, incluyendo la visión de la carpa. “A menos que Dios acorte la obra,” dijo él, “Él tiene que levantarse.”

 

Regresando otra vez al motel yo me quedé quieto, pensando, “Señor, si Tú ahora te has llevado Tu profeta de la escena y él ha hablado todos los misterios, y lo siguiente que puede suceder, es la resurrección de aquéllos que duermen en Cristo, entonces yo quiero agradecerte por los privilegios que me has dado.” Mis pensamientos regresaron hacia la primera vez que el Hermano Branham había visitado el Tabernáculo en Tucson. Fue el Domingo 21 de Noviembre de 1965. El Sábado antes, él había pedido un tiempo de cinco minutos para poder decirle a la gente cuán agradecido estaba de que ahora había una iglesia en Tucson. Yo nunca olvidaré lo que él dijo ese Domingo, “Yo doy gracias a Dios de que el Hermano Green siguió el liderazgo del Espíritu Santo.” Yo pensé; “¡Oh, Dios! ¿Es eso lo que yo estaba haciendo?” Yo estaba tan ignorante del liderazgo del Espíritu Santo en mi propia vida que ni siquiera me di cuenta de ello. Pero ciertamente no hay mejor liderazgo. El calor de la bendición me cubrió cuando me enteré de que yo había hecho lo que él me había pedido. Cuando él me sugirió que comenzara un lugar de adoración, me declaró que él no podía hacerlo, porque había prometido a los ministros del evangelio completo de Tucson que él no empezaría una iglesia. Sin embargo había pedido a otros hermanos, aparte de mí, que proveyera un lugar de adoración. Cada vez que encontraban un edificio, ellos regresaban a preguntarle si era éste el lugar correcto. Para asombro de ellos, él había recibido cada propuesta en una manera fría, como que si no estuviera complacido con ello. Ellos no podían entender que esa actitud obedecía a razones éticas, por la promesa que había hecho a los ministros de la ciudad. Mas por otro lado, él continuó insistiéndome cuándo vendría y comenzaría una iglesia, y cuándo les predicaría más. “Si tú no tuvieras una buena iglesia en Texas, tú nos principiarías una,” me dijo.

 

Fue así que con emoción yo recordé ese día, el 21 de Noviembre, que él se paró por primera vez en el púlpito en el Tabernáculo Tucson y dijo, “Yo quiero que sepan que ésta es mi iglesia.” Dijo él, “Si sólo hay dos aquí cuando el Señor venga, Ud. sea uno de ellos.” En ese momento, yo me sentí esperanzado de que sus palabras nos traerían a todos juntos para adorar aquí en amor, en paz, en unidad y cooperación. Esa noche solitaria de Navidad, mientras estaba acostado sobre mi cama, mi mente repasaba los eventos de los meses pasados, ciertas cosas parecían tomar forma y sobresalir sobre las otras. Primero yo estaba tan agradecido de, que sin saberlo, había seguido la voluntad de Dios, (esto fue expuesto por su profeta) al establecer la iglesia en Tucson. Mi mente recordó cuando él estaba parado enfrente del edificio que iba a ser el tabernáculo, mirando un desfile que pasaba. Fue entonces que las bandas pararon de tocar y comenzaron a tocar Firmes Y Adelante en cuanto pasaron en frente del edificio. Yo recordé ese Domingo 21 de Noviembre mientras él terminaba con sus palabras de buena voluntad tocante a lo que yo había hecho, que le pedí que me ordenara. Al arrodillarme ante él, sus palabras de oración, se pueden oír en la cinta, revelaron que Dios le había mostrado el edificio del tabernáculo, aún antes que yo lo rentara. Fiel a su palabra, no me lo dijo, él permitió que Dios me guiara aquí. Ahora sobre mi cama, el segundo pensamiento me sobresaltó, me estremeció: fui el último ministro que él ordenó.

 

Continuando con mis pensamientos esa noche, mi mente regresó a los servicios del día de Gracias en Shreveport en Noviembre, a la conmovedora memoria del sermón Sobre Las Alas De Una Paloma Blanca. Su voz resonó otra vez en mis oídos mientras recordaba el mensaje de la paloma guiando al águila. La señal de arriba. Fue en la línea de oración esa noche que mi pequeña hermana, Bárbara, vino ante él. Ella era la quinta persona en la línea. El profeta, con su espalda volteada a las cinco primeras personas, estaba lidiando con cada caso como el Señor le mostraba, una poderosa manifestación de ese último atributo el cual precede la venida del Señor. Bárbara, sufriendo con jaquecas, vino a él, y él dijo, “Aquí está una joven que yo no conozco.” (Yo estaba atrás en la oficina en ese momento, sosteniendo el teléfono para veintiocho iglesias conectadas juntas a través de la nación.) “Espere un minuto,” continuó él, “yo dije que no la conozco, pero conozco a alguien que ella conoce. El Hermano Parí Green está parado ante mí en una visión. Esta es su hermana.” Desde 1950 yo había asistido a las reuniones del Hermano Branham, siempre en el círculo de afuera, pidiéndole al Seor privadamente en mi corazón, que dejara al profeta ver una visión de mí en público. El tercer pensamiento significativo que me vino ese solemne día antes de Navidad, fue que esa fue la última visión que el Hermano tuvo en público.

 

Me pase la noche, recordando todas las reuniones a las que yo había asistido después de esas en Shreveport. Estos últimos únicos y grandiosos mensajes fueron predicados en un rápido recorrido final del Oeste, finalizando el mensaje para la Novia. Yuma, Arizona, oyó del misterio del levantamiento de la Novia en el sermón El rapto. En manera sucesiva después, vino el profético mensaje, Cosas Que Han De Ser, Eventos Modernos Aclarados Por Profecía y Liderazgo, en ese orden,, en las ciudades de California de Rialto, San Bernardino, y West Covina en las fechas del 5, 6 y 7 de Diciembre.

 

En su regreso de Covina a Tucson, él dijo a sus amigos en el carro que le acompañaban “uno de estos días yo quizás no esté por aquí. Cuando oigan de esto, coman sus bistecs medio asados y piensen en mí.” El fundamento para esta declaración descansa en algo que su hermano Howard le había dicho a él mientras viajaban juntos. “Bill,” dijo él, “Después de que yo me vaya, cómete un bistec medio asado y piensa en mí.” Con nostalgia, recuerdo las veces que el Hermano Branham me decía cuando estábamos en la carretera juntos, “Paremos y comamos un bistec medio asado, y pensemos en Howard.” Ahora yo nunca como un bistec medio asado sin pensar en el Hermano Branham, como amó el ganado, la carne, el Oeste, él deseó, como hombre del desierto estas cosas en su corazón. Fue mientras viajaba con sus amigos ese día desde Covina que repitió la declaración que me había hecho en Agosto de ese año. “Hay mucha gente que están buscando por una carpa, pero me pregunto si ellos están buscando por el Rapto o están buscando una carpa.”

 

El Domingo 12 de Diciembre, el Hermano Branham no había asistido a los servicios de la mañana en el Tabernáculo, porque tuvo algunas entrevistas. Una de éstas fue con el Hermano Vayle quien había terminado la edición del libro La Exposición De Las Siete Edades De La Iglesia. Él estaba feliz de que estuviera ahora disponible al público. En su entrevista con el profeta esa mañana, el Hermano Vayle dijo, “Hermano Branham, hay aquéllos que dicen que tú eres el hijo del hombre.”

El profeta respondió como lo había hecho tan frecuentemente en cinta, “Lee,” dijo él, “Yo no soy el hijo del hombre. Yo soy un hijo de hombre. Hijo de hombre significa profeta. Profeta significa boca de Dios; es por eso que yo tengo que decir cosas en la primera persona, pero ése no soy yo, es Él.”

En esa mañana después del servicio, el Hermano Branham estaba comiendo en la Cafetería Furr’s donde mi familia y yo estábamos también presentes. Mientras nos levantamos al mostrador para pagar nuestras cuestas, él me dijo, “Me dice Billy que vamos a tener la Cena del Señor esta noche en el Tabernáculo.” Yo le contesté que sí, y dijo, “Yo voy a estar allí, quiero ayudarte.”

“Hermano Branham,” le ofrecí, “Sería un placer para mí si tomaras el servicio entero.”

“No,” dijo, “Tú eres el pastor. Tú prepara un mensaje, pero yo serviré la cena del señor por ti.” Él preguntó acerca del vino y el pan, y si teníamos una charola, le respondí que yo había comprado una. “Eso está bien,” dijo él, “Pero tú sabes, yo prefiero la copa.” (Si él no lo dijo, seré responsable en el Día del Juicio.)

“Hermano Branham,” protesté yo, “tú usas la charola en Jeffersonville.”

“Eso es a causa de la gente,” dijo él. “Nosotros usábamos la copa cuando comenzamos, luego todos estaban temerosos de que contraeríamos tuberculosis o algo el uno del otro, así que yo les permití usar la charola. Todo está bien, pero tú sabes que el Seor usó una copa con sus discípulos.” En ese entonces decidí que yo usaría una copa; pero no tuve una en esa ocasión. Si yo hubiera sabido entonces lo que se ahora, hubiera tomado una copa.

 

Lo recuerdo entrando esa noche, sentándose en la congregación, luego se levantó para venir a la plataforma. Yo no le pedí que viniera, por lo cual algunos me han criticado, pero tuve una razón por ello. Este era el tipo de persona que él me enseñó ser, para que yo pudiera inspirar confianza a aquéllos que vinieran a adorar al tabernáculo. Él supo que le dila bienvenida, pero también sabía que yo no me aprovecharía de él. Si yole hubiera insistido a venir a la plataforma, cada vez que venía al culto, yo no hubiera sido diferente que el grupo de los Hombres de Negocios quienes lo usaron para atraer una multitud. Está grabado en cinta y en el Cielo que yo dije que el Hermano Branham nunca ocuparía el púlpito en el tabernáculo la cantidad de veces que yo deseaba, pero al mismo tiempo, era mi deseo profundo que él tuviera un lugar donde pudiera venir al servicio y no sentirse obligado a tener que tomar el cargo. Iba a ser sólo un lugar para venir y adorar con el resto de la gente, ser amigo, y reunirse con ellos, lo cual hizo. Le plació a él hacerlo de esta manera.

 

Ese Miércoles en la noche principiamos el servicio pidiendo a los Hermanos en la congregación que testificaran y el Hermano Branham, para sorpresa de todos, fue el primero que se paró. “Hermano Pearry,” dijo sencillamente, “Yo quiero tomar cada oportunidad que tenga para darle gracias al Señor.” El Domingo en la noche, un 12 de Diciembre, traje un mensaje titulado Dios Nunca Llega Tarde. Todavía me gozo al recordar que al decir en mi sermón cuando Simeón tomo a Jesús fue “un hombre cargando a Dios, Emanuel en sus brazos,” hubo un claro “Amén” por el profeta de Dios detrás de mí en la plataforma. Esa experiencia es inolvidable. Como el Hermano Ben cuando respaldaba al orador en esta manera; tampoco podría yo criticar al Hermano por causa de esto. Es una manera natural y Escritural que significa estar de acuerdo.

 

Yo recordé, estando allí cuán feliz había estado al descubrir por Billy Paul una serie de notas que su papá había intentado usar en Jeffersonville en un sermón que él iba a predicar el 26 de Diciembre, Un Hijo Nos Es Dado, Un Niño Nos Es Nacido. Lo que me agradó fue que, allí en sus notas estaban las palabras que yo había usado, “Un hombre cargando a Emanuel, Dios, en sus brazos.” Yo no se si las notas fueron hechas antes o después de mi mensaje,  pero de todos modos, me gocé el saber que yo lo había dicho. Si las escribió antes, quizás esa fue la razón por la cual él dijo “Amén” tan fuerte. O quizás hizo las notas después de mi sermón en preparación para el mensaje que él iba a traer el  26 de Diciembre.

 

Recordé cómo había hecho planes él, para que yo viniera y pusiera la línea telefónica para que la gente pudiera oír su mensaje de Navidad un día después de Navidad. Luego sus palabras fatales, “Al mismo tiempo, tú puedes manejar esta camioneta de regreso. Apenas lo lleve con el Hermano Welch Evans para que lo revisara y arreglase cada rasguño en el carro, el Hermano Hickerson lo compuso la última vez que yo estuve en Jeffersonville. Hermano Green, vas a obtener un carro maravilloso.” La voz del profeta resonó en mi mente, describiendo otra vez al carro que lo llevaría rumbo a Jeffersonville, llegó sólo hasta Texas.

 

Esa noche, Domingo 12 de Diciembre, predicó su sermón titulado Comunión, que después se convirtió en Libro 1, Volumen 1, en los libros titulados La Palabra Hablada. Yo nunca había oído de alguien que creyera en “comunión espiritual” hasta que lo oí a él explicar claramente esa noche que algunos creían esto, aunque ellos también profesaban conocerle como profeta de Dios. Él no dejó duda de que tal doctrina era contraria a la Palabra, mostró que era absolutamente imperativo que observáramos las tres ordenanzas: bautismo en el nombre del Señor Jesucristo por inmersión en agua, participar de la cena del Señor de pan ázimo y el vino, y lavamiento de pies. Él dijo que era muerte participar indignamente y que era muerte el no hacerlo. Sin entender hasta más tarde lo que había hecho, yo escogí hombres esa noche para que me ayudaran a servir la cena del Señor que creían en comunión espiritual y que nunca habían participado de ella en sus vidas. Esto es lo que Ud. llama “poniendo a alguien en aprieto,” y lo hice sin saberlo. Escuchar al profeta de Dios predicarlo, luego el pastor ordenándoles a hacerlo, eso es estar en aprieto. Después de esto, el Hermano Branham me sirvió el pan y el vino. Tomando su turno, yo recuerdo que mientras se acercó y tomó la copita del centro de la charola, miró a la congregación y dijo, “Yo ya no bebo más del fruto de la viña hasta que entre al Reino de mi Padre.” Aunque estaba citando a Jesús, él también estaba cumpliendo el tipo de su vida y ministerio.

 

Estando sobre mi casa esa noche de Navidad, reconocí el cuarto acontecimiento. Me di cuenta que yo fui la última persona en recibir la cena del Señor de la mano de nuestro Hermano.

 

La larga noche de meditación y búsqueda por respuestas llegó a su fin. El siguiente día me encontré, por petición del Hermano Neville, hablando a la congregación del Tabernáculo Branham, en Jeffersonville, relatándoles todo lo que yo sabía de los eventos de la semana anterior. Me tocó a mí pararme en el púlpito y contar a estas gentes detalles de la muerte de este profeta que ellos habían llamado pastor por treinta y dos años.

 

Esa tarde, camino al aeropuerto, para encontrar al Hermano Billy Paul, que venía con su madre, sus hermanas, José, el Hermano Borders, y el Hermano George Smith, yo paré otra vez en la funeraria. Antes de salir de Amarillo, el Hermano Billy me había pedido que llevara el bisoñé de su padre tonel propósito de que una cobertura pudiera ser diseñada para la cabeza del Hermano Branham la cual sería natural y cubriría la cicatriz de la operación del cerebro. Yo hice eso. La peluca ya estaba en su lugar e hice una revisión de último minuto al cuerpo antes de la llegada del Hermano Billy. Cuando abrieron el ataúd, me estremecí, ya no pude reconocer al Hermano Branham. Con el bisoñé en su lugar, se miraba como de treinta y cinco años en lugar de cincuenta y siete. Se miraba, para mí, como en la fotografía en Houston cuando la aureola había aparecido. Expresé mi preocupación al Señor Coot de que el Hermano Branham se mirara muy joven y que al Hermano Billy Paul no le iba a gustar. “Su boca es muy distinta. Él era más moreno de cómo lo tiene Ud. ahora,” le dije al Señor Coot. Me dijo que iba a ver qué podía hacer al respecto.

 

El Hermano Billy Paul y su grupo llegaron. Después de ver a su madre segura al cuidado del Doctor Sam Adair, nos fuimos a la funeraria. Mirando el cuerpo juntos, se volvió hacia mí y dijo incrédulamente, “¿Qué hiciste con mi papá?” Era una pregunta genuina de un corazón lleno de angustia, expresando alarma y desaprobación por algo que se había imaginado que yo había hecho. (¿Cuál hubiera sido el furor si yo hubiera llegado a Jeffersonville con un ataúd vacío?... aún si uno se levantara de los muertos ellos no lo creerían.) Le dije a Billy que, Señor Coot era un testigo, de que éste era el cuerpo de su padre como yo lo había transportado desde Amarillo.

 

El siguiente día, mientras la madre de la Hermana Hope, Señora Brumbach, observaba el cuerpo, ,ella me miró y dijo, a través de sus lágrimas, ,”Hermano Green, éste es Billy… como lo conocí… cuando se casó con mi hija.” Entonces me di cuenta que yo no estaba mirando al Hermano Branham como un anciano, mas como a un hombre joven. Hubo muchos que comenzaron a especular.

 

El servicio fúnebre el 29 de Diciembre, fue predicado por los Hermanos Neville, Collins, Jacckson, y Ruddel. Yo dirigí los cantos y di el obituario. Tan grande fue el número de personas que asistieron que la iglesia estaba repleta a las once, aunque los servicios no comenzaron hasta la una. Cientos quedaron afuera en el estacionamiento. Tomó más de una hora para que la gente mirara el ataúd.

 

La Hermana Branham, sufriendo todavía de conmoción cerebral, fue incapaz de decidir si su esposo sería sepultado en Jeffersonville o en Tucson. Parado al lado del ataúd de su padre, el Hermano Billy Paul repitió las palabras que le había oído decir en Amarillo, “El Señor me ha ayudado a través de esto, pero yo nunca seré el que lo deposite en la tierra.” Suavemente yo tomé al hijo doliente por los hombros y lo retiré de allí. Enseguida el Hermano Borders lo encontró, puso su brazo alrededor de él y lo encaminó. Billy previamente me pidió que me asegurara que retiraran el bisoñé antes de que cerraran el ataúd. Yo le pedí al Señor Coot, como acto final,, que removiera el bisoñé. Hecho esto extendí la tela del ataúd cuidadosamente sobre el cuerpo del Hermano Branham, y la tapa se cerró, mis ojos fueron los últimos en ver los restos del profeta de Dios.

 

El Señor Coot cerró el ataúd y lo consignó a un cuarto privado arriba en su funeraria, para esperar la decisión de la Hermana Branham. Esto entonces, es la verdad de lo que sucedió. Él no fue, como se dijo alrededor del mundo, puesto en congelación, al costo de quince mil dólares, para esperar su resurrección. (Aún en la muerte, hubo aquéllos que iban a desacreditar al Hermano Branham, su familia, y a sus fieles seguidores por cualquier cosa que sutilmente pudieran ellos inventar.)

A las cuatro de la tarde, afuera después del servicio, mucha gente comenzó a notar una extraña coloración y círculos alrededor del sol. Mi padre me llamó la atención a este raro acontecimiento, luego se fue a telefonear a mis hermanas en Texas para ver si el mismo fenómeno estaba sucediendo allá. Él llamó a California y otros lugares, por todos lados la respuesta fue la misma; la misma manifestación estaba a la vista. Él murió bajo una señal, nació bajo una señal, y allí estaba una señal en los cielos a la hora de su servicio fúnebre.

 

Los noticieros habían comenzado sus esfuerzos para descubrir una interesante historia en la muerte del Hermano Branham. Afortunadamente, se me fue dicho que un noticiero de televisión a las  esa tarde iba a informar al público que los seguidores del fallecido William Branham, esperaban que se levantara de entre los muertos, iban a poner el cuerpo en el congelador en lugar de enterrarlo. Llamé yo al Hermano Billy Paul con la alarmante noticia de este inminente noticiero y me pidió pararlo si podía. Sin saber cual estación de televisión era la involucrada, yo comencé a llamar a cada una, finalmente me puse en contacto con el director de noticias apenas dos minutos antes de que el programa saliera al aire. Rápidamente le di las razones verdaderas en el caso, explicando que la demora en el entierro fue por causa del daño de la Hermana Branham. Le dije que nosotros absolutamente no teníamos conocimiento de esta historia de congelación. El hombre apreció mucho mi llamada y dijo, “Reverendo Green, yo aprecio que me lo diga. Hubiera yo lamentado traer esta des gracia sobre la familia.”

 

Como sucedió, no fue hasta el 11 de Abril de 1966, después de la recuperación de la Hermana Branham, que el profeta fue finalmente sepultado.

 

Comenzando ene. Cumpleaños del Hermano Branham, el 6 de Abril de 1966, el Hermano Billy Paul convocó servicios especiales en Jeffersonville para escuchar siete cintas que el profeta había predicado, pero no se había permitido que salieran. En esta reunión los rumores comenzaron a circular de que el Hermano Branham se levantaría privadamente de entre los muertos. Una noche, mientras estaba yo en la oficina ayudando a Billy Paul, el teléfono sonó. Era el día antes de la Pascua. La voz de un hombre en la otra línea me preguntó bruscamente.

 

“¿Quién habla?” demandó él.

“Pearry Green,” contesté yo.

El deletreó mi primer nombre, preguntando si estaba correcto. Yo lo corregí, pensando seguramente que podía ser alguien que realmente me conocía, pero que estaba bromeando como si no supiera este raro deletreo de mi nombre. Él me preguntó si estábamos teniendo servicios especiales. Yo respondí que si. Gradualmente, comprendí que éste no era un amigo de la familia. Finalmente, le pregunté con quién estoy hablando.

“Este es el Señor Brown de la United Press Internacional (UPI), Louisville,” me contestó, luego preguntó abruptamente, “¿No son Uds. La gente que están esperando que William Branham se levante en la mañana de Pascua?”

La aspereza de su pregunta me turbó un poco, pero yo logré darle una cuidadosa respuesta, “Bueno, señor, quizás haya algunos que creen eso. ¿De qué iglesia es usted?”

“Bautista,” fue la respuesta.

“¿No cree Ud. en la resurrección?” respondí yo. “¿No cree Ud. en la segunda venida del Señor?”

“Si señor,” admitió él.

“Pues, nosotros también,” dije yo.

Su siguiente pregunta fue diseñada para poner palabras en mi boca, “¿Piensa Ud. que pudiera acontecer en la mañana?”

“Señor,” dije yo inocentemente, “no me sorprendería ni una pizca cuando sucediera.”

 

¡Es todo lo que necesitó!, tuvo suficiente para torcer mis palabras. El siguiente día, por la UPI, fui citado alrededor del mundo como sigue: “‘Algunos de los seguidores del fallecido William Branham creen que él se levantará de los muertos en la mañana del Domingo de Pascua,’ dice el Reverendo Pearry Green, pastor del Tabernáculo Tucson de cuatrocientos miembros, ‘personalmente, yo no estaría sorprendido cuando esto sucediera.’”

 

En Tucson, la gente de la UPI buscando en el directorio de la ciudad, encontraron Pearry Green con una dirección en Wrightstown Road y Tabernáculo Tucson, la iglesia Asamblea de Dios Downtown, 560 S. Stone (pues esa es la manera en que estaba anotada). Así vine a ser mencionado como un ministro de la Asamblea de Dios en su artículo local. Algunas personas que habían seguido el mensaje del Hermano Branham en Tucson leyeron el artículo y se molestaron grandemente. Sus palabras hacia mí en el Teléfono fueron enfáticas, yo debiera de “guardar mi boca cerrada.”

 

El efecto en Jeffersonville, fue lo mismo. Líderes entre los seguidores del mensaje vinieron a mí y me dieron a entender que no era ningún asunto mío el hablar a reporteros del periódico, que si algo fue dicho, sería “anunciado oficialmente.” Sin necesidad de decirlo, me sentí terrible, porque yo había traído un reproche sobre la Hermana Branham y sus hijos, así como a la vida y ministerio del Hermano Branham; por supuesto, yo sabía que ellos no creyeron tales cosas. Yo le dije a la Hermana Branham esa tarde que hubiera preferido desaparecer, antes que trajera un momento de reproche, tristeza, o ansiedad sobre su familia. Sus tiernas palabras fueron alentadoras, “Hermano Green, yo te creo.”

 

Al siguiente día, por supuesto, a los periódicos les pareció bien continuar el artículo. “Él no se levanta”, fue su sarcástica secuela a su primera historia. El mismo reportero trató de telefonear para que yo comentara, pero yo no estaba disponible. El Hermano Harold McClintock contestó el teléfono y se rehusó darle cualquier información. Él llamó al Hermano Billy que le informó que nada de esto se había enseñado. Con esto, el reportero trató de causar una controversia entre el Hermano Billy Paul y yo con el objeto de crear más historias nuevas, pero el irresponsable atentado falló.

 

El artículo fue imperfecto y lleno de mentiras fabricadas. Aún habían dicho que yo había llevado setecientas personas al cementerio para levantar a William Branham de los muertos. Yo tenía amigos por todo el mundo que, después de leer el artículo, menearon sus cabezas y dijeron, “¡Pearry Green se ha vuelto loco!”

La verdad es que ni aún supe que el Hermano Branham iba a ser sepultado en Lunes cuando yo salí de Tucson hacia Jeffersonville el Martes anterior. Nadie más lo supo tampoco, hasta que la Hermana Branham hizo la decisión cuando llegó.

 

La misma gente que había venido a mí en Jeffersonville y me dijeron que “guardara mi boca cerrada,” no quedaron mejor que yo en sus entrevistas con la prensa. Se les preguntó qué pensaban acerca de William Branham. Sus respuestas, aunque ciertas, fueron fácilmente torcidas por los reporteros. Ellos dijeron, “Él fue más que un profeta.” También reportaron que ellos habían dicho que ellos no creían que William Branham se levantaría de los muertos. Entonces me pregunté si ellos no creían que se levantaría. Finalmente ellos comprobaron después de la misma experiencia con la prensa irresponsable, que yo había sido mal citado al igual que ellos.

Yo le dije a ese reportero lo que él escribió en ese periódico. Pero quiero decir esto: Yo fui el último ministro ordenado por este profeta de Dios; considero eso un gran privilegio. Fui la última persona que fue vista por él en visión pública, fui el último predicador que él escuchó predicar; y me sentí como Timoteo predicando con Pablo escuchando, o uno de los discípulos con Jesús presente. No fue fácil, pero él me pidió que lo hiciera y doy gracias a Dios que fui suficiente hombre para hacerlo, tuve el honor de ser el último a quien él sirvió la cena del Señor y el último inservirle a él. Yo fui la primera persona en llegar a la escena del accidente aparte de aquéllos que estaban allí cuando sucedió, fui la primera persona en ver el carro. Fui la primera persona en verlo cuando él recobró el conocimiento, cuando le dije acerca de la señal en la luna, fui el primer creyente en saber que él había dejado esta vida, fui el primer creyente en ver su cuerpo, fui el primer creyente en verlo vestido en una túnica blanca, tuve el privilegio y la responsabilidad de viajar con sus restos, rumbo a casa. Siendo que Navidad no es el cumpleaños de nuestro Señor Jesucristo, Navidad trae otros recuerdos a mi mente. Aunque nuestro Hermano estaba “muerto” conforme al mundo, aún así había una presencia ungida que yo sentí con él. Como dije antes, mis ojos fueron los últimos en ver sus restos terrenales, pero yo creo que voy a ser uno de los primeros en ver su cuerpo resucitado, cuando los muertos en Cristo se levanten.


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