Capítulo VI (Parte III)
Historia de las persecuciones en Italia bajo el papado

 

Una relación de La Guerra Piamontesa

Las matanzas y asesinatos ya mencionados que tuvieron lugar en los valles del Piamonte casi despoblaron la mayoría de las ciudades y de los pueblos. Sólo un lugar no había sido asaltado, y ello se debía a su inaccesibilidad; se trataba de la pequeña comunidad de Roras, que estaba situada sobre una peña.

Disminuyendo la masacre en otras partes, el conde de Cristople, uno de los oficiales del duque de Saboya, decidió que si era posible se apoderaría del lugar; con este propósito preparó trescientos hombres para tomar el lugar por sorpresa.

Pero los habitantes de Rora fueron informados de la llegada de estas tropas, y el capitán Josué Giavanel, un valiente protestante, se puso a la cabeza de un pequeño grupo de ciudadanos, y se pusieron emboscados para atacar al enemigo en un pequeño desfiladero.

Cuando aparecieron las tropas y entraron en el desfiladero, que era el único lugar por el que se podía acceder a la ciudad, los protestantes dirigieron un fuego certero y rápido contra ellos, manteniéndose a cubierto del enemigo tras matojos. Muchos de los soldados fueron muertos, y el resto, bajo un fuego continuado, y no viendo a nadie a quien poderlo devolver, pensaron que lo mejor era la retirada.

Los miembros de la pequeña comunidad enviaron entonces un memorandum al marques de Pianessa, uno de los oficiales generales del duque, diciéndole: «Que sentían haber visto la necesidad, en aquella ocasión, de recurrir a las armas, pero que la llegada secreta de un cuerpo de tropas, sin ninguna razón ni notificación enviada por adelantado acerca del propósito de su llegada los había alarmado mucho; que por cuanto era su costumbre no admitir a ningún militar en su pequeña comunidad, habían repelido la fuerza con la fuerza, y que lo volverían a hacer; pero que en todos los otros respectos se mantenían como dóciles, obedientes y leales súbditos de su soberano, el duque de Saboya.»

El marques de Pianessa, para reservarse otra oportunidad de engañar y sorprender a los protestantes de Roras, les envió una respuesta diciéndoles: «Que estaba totalmente satisfecho con su conducta, porque habían hecho lo correcto e incluso rendido un servicio a su país, por cuanto los hombres que habían tratado de pasar el desfiladero no eran sus tropas, ni por él enviados, sino una banda de bandidos desesperados que habían infestado la zona durante algún tiempo, y aterrorizado las regiones colindantes.» Para dar más verosimilitud a su perfidia, publicó luego una proclamación ambigua aparentemente favorable a los habitantes de Roras.

Sin embargo, el día después de esta proclamación tan plausible y de esta conducta tan especiosa, el marqués envió a quinientos hombres para tomar posesión de Roras, mientras la gente estaba, creía él, tranquilizada por su pérfida conducta.

Pero el capitán Gianavel no era fácil de engañar. Puso entonces una emboscada para este cuerpo de tropas, como había hecho con el anterior, y obligó que se retiraran con considerables pérdidas.

Aunque habiendo fallado en estos dos intentos, el marqués de Pianessa decidió un tercer asalto, que sería aún más potente; pero primero publicó otra desvergonzada proclamación, negando todo conocimiento del segundo asalto.

Poco después, setecientos hombres escogidos fueron enviados en una expedición, que, a pesar del fuego de los protestantes, forzaron el desfiladero, entraron en Roras, y comenzaron a asesinar a todos los que encontraban, sin distinción de edad ni de sexo. El capitán protestante Gianavel, a la cabeza de un pequeño grupo, a pesar de haber perdido el desfiladero, decidió disputarles su paso a través de un pasaje fortificado que llevaba a la parte más rica y mejor de la ciudad. Aquí tuvo éxito, manteniendo un fuego continuo, y gracias a que sus hombres eran todos excelentes tiradores. El comandante católico romano se vio grandemente abrumado ante esta oposición, porque pensaba que había vencido todas las dificultades. Sin embargo, se esforzó por abrirse paso, pero al poder sólo hacer pasar doce hombres a la vez, y estando los protestantes protegidos por un parapeto, vio que iba a ser derrotado por un puñado de hombres que se le enfrentaban.

Enfurecido ante la pérdida de tantas de sus tropas, y temiendo la destrucción si intentaba lo que ya veía como impracticable, consideró que lo mas prudente era retirarse. Sin embargo, no dispuesto a retirar a sus hombres por el mismo desfiladero por el que había entrado, debido a la dificultad y al peligro de la empresa, decidió retroceder en dirección a Vilano por otro paso llamado Piampra, que, aunque difícil de acceso, era de descenso fácil. Pero aquí se encontró con un desengaño, porque el capitán Gianavel había emplazado allí a su pequeño grupo, hostigando intensamente a sus tropas mientras pasaban, e incluso persiguiendo su retaguardia hasta que llegaron a campo abierto.

Viendo el marqués de Pianessa que todos sus intentos habían quedado frustrados, y que todos los artificios que había empleado sólo constituían una señal de alarma para los habitantes de Roras, decidió actuar abiertamente, y por ello proclamó que se darían ricas recompensas a cualquiera que aceptara portar armas contra los obstinados herejes de Roras, como los llamaba; y que todo oficial que los exterminara sería recompensado de una manera principesca.

Esto atrajo al capitán Mario, un fanático católico romano y rufián, para emprender la acción. Así, recibió permiso para reclutar un regimiento en las siguientes seis ciudades: Lucerna, Borges, Famolas, Bobbio, Begnal y Cavos.

Habiendo completado el regimiento, que consistía de dos mil hombres, preparó sus planes para no ir por los desfiladeros o los pasos, sino tratar de alcanzar la cumbre de la peña, desde donde pensaba que podría lanzar a sus hombres contra la ciudad sin demasiada dificultad u oposición.

Los protestantes dejaron que las tropas católico-romanas alcanzaran casi la cumbre de la peña sin presentarles oposición alguna, y sin ni siquiera dejarse ver. Pero cuando ya casi habían llegado a la cumbre lanzaron una intensa ofensiva contra ellos: una partida mantuvo un fuego constante y bien dirigido, y otra partida lanzaba enormes piedras.

Esto detuvo el avance de las tropas papistas; muchos fueron muertos por los mosquetes, y más aún por las piedras, que los lanzaban precipicio abajo. Varios murieron por sus prisas en retroceder, cayendo y estrellándose; el mismo capitán Mario apenas si pudo salvar la vida, porque cayó desde un lugar muy quebrado en el que se encontraba hacia un río que lamía el pie de la roca, Fue recogido sin conocimiento, pero después se recuperó, aunque estuvo impedido durante mucho tiempo debido a los golpes sufridos; al final decayó en Lucerna, donde murió.

Otro cuerpo de tropas fue enviado desde el campamento en Vilario para intentar el asalto de Roras; pero también estos fueron derrotados, por los protestantes emboscados, y se vieron obligados a batirse en retirada de nuevo al campamento de Vilano.

Después de cada una de estas señaladas victorias, el capitán Gianavel hablaba de manera prudente a sus tropas, haciéndolos arrodillar y dar gracias al Todopoderoso por Su protección providencial; y generalmente concluía con el Salmo Once, cuyo tema es poner la confianza en Dios.

El marqués de Pianessa se enfureció en grado sumo por verse tan frustrado por los pocos habitantes de Roras; por ello, decidió intentar su expulsión de una manera que no podría dejar de tener éxito.

Con esto en vista, ordenó que fueran movilizadas todas las milicias católico-romanas del Piamonte. Cuando estas tropas estuvieron ya dispuestas, les añadió ocho mil soldados de las tropas regulares, y dividiendo el todo en tres cuerpos distintos, ordenó que se lanzaran tres formidables ataques simultáneamente, a no ser que la gente de Roras, a los que envió una advertencia de sus grandes preparativos, accedieran a las siguientes condiciones:

1. Que pidieran perdón por haber tomado armas. 2. Que pagaran los gastos de todas las expediciones mandadas contra ellos. 3. Que reconocieran la infalibilidad del Papa. 4. Que fueran a Misa. 5. Que oraran a los santos. 6. Que llevaran barba. 7. Que entregaran a sus ministros. 8. Que entregaran a sus maestros. 9. Que fueran a confesión. 10. Que pagaran dinero por la liberación de almas del purgatorio. 11. Que entregaran al capitán Gianavel de manera incondicional. 12. Que entregaran a los ancianos de su iglesia incondicionalmente.

Los habitantes de Roras, al conocer estas condiciones, se llenaron de honrada indignación, y, como respuesta, enviaron al marqués la contestación de que antes de acceder a ellas sufrirían las tres cosas cosas más terribles para la humanidad:

1. Que les arrebataran sus bienes. 2. Que sus casas fueran quemadas. 3. Que ellos fueran muertos.

Exasperado por este mensaje, el marqués les envió este lacónico mensaje:

A los obstinados herejes que moran en Roras

Obtendréis vuestra petición, porque las tropas enviadas contra vosotros tienen estrictas órdenes de saquear, quemar y matar. PIANESSA

Entonces los tres ejércitos recibieron orden de avanzar, y los ataques fueron dispuestos de esta manera: el primero por las rocas de Vilario; el segundo por el paso de Bagnol; y el tercero por el desfiladero de Lucerna.

Las tropas se abrieron camino por la superioridad de sus números, y habiendo ganado las rocas, el paso y el desfiladero, comenzaron a cometer las más terribles tropelías y las mayores crueldades. A los hombres los colgaron, quemaron, pusieron en el potro del tormento hasta morir y despedazaron; a las mujeres las destriparon, crucificaron, ahogaron o echaron desde los precipicios; y a los hijos los echaron sobre lanzas, trocearon, degollaron o estrellaron contra las rocas. Ciento veintiséis habitantes sufrieron de esta forma en el primer día que ocuparon la ciudad.

En conformidad a las órdenes del marqués de Pianessa, también saquearon las posesiones y quemaron las casas de los habitantes. Pero varios protestantes consiguieron huir, conducidos por el capitán Gianavel, cuya mujer e hijos, desgraciadamente, cayeron prisioneros, y fueron llevados bajo fuerte custodia a Turín.

El marqués de Pianessa escribió una carta al capitán Gianavel, liberando a un preso protestante para que se la llevara. El contenido era que si el capitán abrazaba la religión católica romana, sería indemnizado por todas sus pérdidas desde el comienzo de la guerra; que su mujer e hijos serían inmediatamente liberados, y que él mismo sería honrosamente ascendido en el ejército del duque de Saboya. Pero que si rehusaba acceder a las proposiciones que se le hacían, su mujer e hijos serían muertos, y que se ofrecería una recompensa tan enorme por su entrega, vivo o muerto, que incluso algunos de sus más ínfimos amigos se sentirían tentados de traicionarle, por la enormidad de la suma.

A esta epístola el valiente Gianavel envió la siguiente respuesta:

Mi señor el Marqués:

No hay tormento tan grande ni muerte tan cruel que me hicieran preferir abjurar de mi religión; de manera que las promesas pierden su efectividad, y las amenazas tan sólo me fortalecen en mi fe.

Con respecto a mi mujer e hijos, mi señor, nada puede afligirme tanto como el pensamiento de su encierro, ni nada puede ser terrible para mi imaginación que pensar en que van a sufrir una muerte violenta y cruel. Siento agudamente todas las flemas sensaciones de un marido y un padre; mi corazón está lleno de todos los sentimientos humanos; sufriría cualesquiera tormentos para rescatarlos del peligro; moriría para preservarlos.

Pero habiendo dicho todo esto, mi señor, os aseguro que la compra de sus vidas no puede ser al precio de mi salvación. Cierto es que los tenéis en vuestro poder; pero mi consuelo es que vuestro poder es sólo una autoridad temporal sobre sus cuerpos; podéis destruir la parte mortal, pero sus almas inmortales están más allá de vuestro alcance, y vivirán en el más allá para dar testimonio contra vos por vuestras crueldades. Por esto, los encomiendo a ellos, así como a mi mismo, a Dios, y oro por que vuestro corazón sea transformado. JOSUE GIAVANEL

Tras escribir esta carta, este valiente oficial protestante se retiró a los Alpes con sus seguidores, y después de unírsele un gran número de otros protestantes fugitivos, hostigó al enemigo con continuas escaramuzas.

Encontrándose un día con un cuerpo de tropas papistas cerca de Bibiana, él, aunque inferior en número de soldados, los atacó con gran ímpetu, y los puso en fuga sin perder un solo hombre, aunque él mismo fue alcanzado en una pierna en el choque, por un soldado que se había escondido tras un árbol. Gianavel, sin embargo, dándose cuenta del lugar del que había partido el disparo, apuntó allá y dio muerte al que le había herido.

Oyendo el capitán Gianavel que un tal capitán Jahier había recogido a un considerable número de protestantes, le escribió, proponiéndole unir sus fuerzas. El capitán Jahier accedió de inmediato a la propuesta, y se dirigió directamente al encuentro de Gianavel.

Hecha la unión, propusieron atacar una ciudad (ocupada por católico-romanos) llamada Garcigliana El asalto fue emprendido con gran afán, pero al haber llegado recientemente a la ciudad unos refuerzos de caballería e infantería, del que los protestantes no sabían nada, fueron rechazados; sin embargo, hicieron una retirada maestra, perdiendo sólo a un hombre en la acción.

El siguiente intento de las fuerzas protestantes fue contra St. Secondo, que atacaron con gran vigor, pero encontrando una fuerte resistencia de las tropas católico-romanas que habían fortificado las calles y que se habían hecho fuertes en las casas, desde las que hacían un nutrido fuego de mosquetes. Sin embargo, los protestantes avanzaron, bajo la cubierta de un gran número de planchas de madera que unos sostenían sobre sus cabezas para protegerlos del fuego enemigo precedente de las casas, mientras otros mantenían un fuego bien dirigido. De manera que las casas y los puntos fuertes fueron pronto batidos, y la ciudad tomada.

En la ciudad encontraron una cantidad enorme de botín arrebatado a los protestantes en diferentes ocasiones y lugares, y que estaba guardado en almacenes, iglesias, casas, etc. Todo esto lo llevaron a lugar seguro, para distribuirlo, con la mayor equidad, entre los sufrientes.

Este ataque, con tanto éxito, fue llevado a cabo con tanta destreza y ánimo, que costó muy pocas pérdidas a la tropa atacante. Los protestantes sólo perdieron diecisiete hombres, y veintiséis heridos, mientras que los papistas sufrieron una pérdida de no menos que cuatrocientos cincuenta muertos y quinientos once heridos.

Cinco oficiales protestantes, Gianavel, Jahier, Laurentio, Genolet y Benet, hicieron un plan para sorprender Biqueras. Para este fin marcharon en cinco grupos, y con el acuerdo de atacar simultáneamente. Los capitanes Jahier y Laurentio pasaron a través de dos desfiles en los bosques, y llegaron al lugar sanos y salvos, bajo cubierta; pero los otros tres cuerpos hicieron su entrada por campo abierto, y por ello más vulnerables a un ataque.

Dada la alarma en el campo católico romano, se enviaron muchas tropas desde Cavors, Bibiana, Feline, Campiglione y otros lugares vecinos para reforzar Biqueras. Cuando estas tropas se unieron, decidieron atacar a las tres partidas protestantes, que estaban marchando por terreno abierto.

Los oficiales protestantes, dándose cuenta de las intenciones del enemigo, y no encontrándose a gran distancia entre sí, unieron sus fuerzas a toda prisa, y se formaron en orden de batalla.

Mientras tanto, los capitanes Jahier y Laurentio habían asaltado la ciudad de Biqueras, y quemado todas las casas de fuera, para hacer su aproximación con mayor facilidad. Pero al no verse apoyados como esperaban por los otros tres capitanes protestantes, enviaron un mensajero en un veloz caballo, hacia el terreno abierto, para saber la razón.

El mensajero volvió pronto, y les dijo que los otros tres capitanes protestantes no podían apoyarlos en su misión, por cuanto estaban siendo atacados por una fuerza muy superior en la llanura, y apenas si podían mantenerse en aquel desigual combate.

Al saber esto los capitanes Jahier y Laurentio, decidieron dejar el asalto de Biqueras a toda prisa, para dar ayuda a sus amigos en la llanura. Esta decisión resultó ser de lo más oportuna, porque justo al llegar al lugar donde los dos ejércitos estaban librando batalla, las tropas papistas estaban comenzando a prevalecer, y estaban a punto de rebasar el flanco del ala izquierda, mandada por el capitán Giavanel. La llegada de estas tropas volvió el fiel de la balanza del favor de los protestantes, y las fuerzas papistas, aunque luchando con la más firme intrepidez, fueron totalmente derrotadas. Un gran número fueron muertos y heridos por ambos bandos, y la impedimenta y pertrechos militares que los protestantes tomaron fue enorme.

Al enterarse el capitán Giavanel de que trescientos del enemigo iban a transportar una gran cantidad de víveres, provisiones, etc., desde La Torre al castillo de Mirabac, decidieron atacarlos por el camino. Lanzó el ataque, así, desde Malbee, aunque con una fuerza muy pequeña. La lucha fue larga y sangrienta, pero los protestantes se vieron al final obligados a desistir, ante la superioridad numérica del adversario, y a retirarse, lo que hicieron con sumo orden y con pocas pérdidas.

El capitán Gianavel, entonces, se dirigió a un puesto avanzado, situado cerca de la ciudad de Vilario, y envió la siguiente información y órdenes a sus habitantes:

1. Que atacaría la ciudad en el plazo de veinticuatro horas.

2. Que por lo que tocaba a los católicos romanos que hubieran portado armas, tanto si pertenecían al ejército como si no, actuaría por la ley del talión, dándoles muerte, por las numerosas depredaciones y muchos crueles asesinatos que habían cometido.

3. Que serían respetados todas las mujeres y niños, de la religión que fueran.

4. Que mandaba a todos los protestantes varones que salieran de la ciudad y se unieran a sus fuerzas.

5. Que todos los apóstatas que, por temor, hubieran abjurado de su religión, serían considerados enemigos, a no ser que renunciaran a su abjuración.

6. Que todos los que volvieran a su deber para con Dios y para sí mismos serían recibidos como amigos.

Los protestantes, de manera generalizada, salieron de la ciudad de inmediato, y se unieron de muy buena gana al capitán Gianavel, y los pocos que por debilidad o temor habían abjurado de su fe fueron recibidos en el seno de la Iglesia. Debido a que el Marqués de Pianessa había retirado el ejército y acampado en una parte alejada de la región, los católicos romanos de Vilario pensaron que sería una insensatez tratar de defender el lugar con la pequeña fuerza que tenían. Por ello, salieron con la mayor precipitación, dejando la ciudad y la mayor parte de sus posesiones en manos de los protestantes.


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